“Se levantó con la primera luz gris y dejó al chico durmiendo y caminó hasta la carretera y en cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame. Debía de ser el mes de octubre pero no estaba seguro. Hacía años que no usaba calendario. Irían hacia el sur. Aquí era imposible sobrevivir un invierno más.”

Cormac McCarthy nos sumerge en un mundo devastado con La carretera, una novela postapocalíptica que sigue a un padre y su hijo en un viaje a través de un paisaje desolador. Tras un evento cataclísmico, la humanidad se reduce a unos pocos sobrevivientes que vagan en busca de recursos, mientras otros han sucumbido al canibalismo y la barbarie. En este contexto hostil, el padre protege al niño con todo lo que tiene, guiándolo hacia el sur en busca de una oportunidad de vida. Con una prosa minimalista y despojada, McCarthy construye un relato de amor, sacrificio y resistencia en un mundo donde la esperanza pende de un hilo.

La gran fuerza reside en la crudeza de sus escenarios: cenizas cubren las ciudades y los bosques han quedado reducidos a esqueletos carbonizados. No hay sol, solo una luz gris que apenas ilumina la desesperanza de un mundo sin futuro. La naturaleza ya no es un refugio, sino un recordatorio constante de que todo ha colapsado. Sin embargo, en medio de esta devastación, hay destellos de esperanza y belleza: como una fogata encendida en la noche o la bondad de un niño que se niega a perder su humanidad. Estos contrastes convierten a la novela en una exploración sobre la resistencia del espíritu humano.