En el siglo XVII muere en Francia un diácono que entregó sus ganancias a los pobres y vivió en extrema pobreza. Lo curioso no es su notable altruismo, sino que su muerte unió a unos groupies que aseguraban sentir la presencia divina. Tenían visiones, convulsiones y otras experiencias insólitas. En medio de este fervor religioso y en un contexto de tensiones sociales, aparecen los convulsionarios.
François de Paule, más conocido como Francisco de París, fue un diácono que dedicó sus días a ayudar a los más necesitados. vendió las propiedades heredadas y las destinó, junto a su pensión anual, a los desamparados. Su vida, cada vez más austera, lo llevó a vivir en condiciones tan humildes que «se alojaba en un cobertizo de tablones instalado en un patio, vestía un cilicio y consumía una comida al día, todo ello mientras tejía medias para los pobres y daba consejos a quienes se los pedían». Su existencia fue descrita como una vida de humildad heroica, a tal punto que muchos lo consideraban un santo local.
Ante esta forma de vida ascética, la muerte del diácono se tradujo en devoción y sugestión para buena parte de la población de París. Durante el funeral, muchos seguidores tomaron pelo, uñas y hasta astillas del féretro de François de París, para llevarlas como amuletos o reliquias sagradas.
Desde el momento de su entierro comenzaron los milagros: una mujer con parálisis se declaró curada. La euforia, devoción y fe dieron rienda suelta a peregrinaciones, visitas de enfermos, religiosos y curiosos de todas las clases sociales.
La cantidad de curas milagrosas se disparó a partir de 1731, donde se anuncian más de 70 curaciones que incluyen desde cáncer hasta ceguera. Por esos años, se registró el primer caso de convulsiones en la tumba de François de Paule, por parte del abad de Bescherand, quien sufría convulsiones intensas durante sus peregrinaciones, con movimientos bruscos, muecas, y gritos. A medida que pasaba el tiempo, más peregrinos experimentaron convulsiones similares, el fenómeno de las convulsiones comenzó a eclipsar el de los milagros y pronto el cementerio se llenó de un lugar caótico, con rezos, cantos y diversas manifestaciones físicas.
A principios de 1732, el Rey Luis XV decide cerrar el cementerio. Los convulsionarios se reunieron clandestinamente en casas particulares y con el tiempo, el movimiento se volvió cada vez más extremo, al punto de golpear violentamente a los convulsos. Ésta práctica denominada «secours».
Para mediados de siglo, el fervor religioso y los devotos se vieron disminuidos, producto de las prácticas extremas y la persecución de los convulsionarios por parte de las autoridades.
El secours tenía como objetivo liberar a los fanáticos de la dolorosa experiencia de las convulsiones, simbolizaba el dolor de la persecución. Como saldo de la histeria colectiva, fueron arrestados ochenta convulsionarios por golpearse y cortarse entre sí. También comenzaron a practicar crucifixiones regulares, para conectar su sufrimiento con el de Jesucristo.
Histerias colectivas eran las antes ¿y las de ahora?
La sugestión espiritual y las dinámicas de fervor colectivo, no quedan excluidas en mundo moderno, sino más bien, las vivimos cotidianamente de forma naturalizada.
Es crucial saber -o intentar- mantener un equilibrio entre el pensamiento crítico e individual, y las creencias colectivas. Esa distinción nos brinda herramientas para abordar las crisis espirituales y sociales con empatía y comprensión, reconociendo el impacto profundo que las creencias y el fervor pueden tener en la vida de las personas. Fuimos presxs de la histeria colectiva más veces de las que somos capaces de dilucidar, uno de los ejemplos próximos más claros fue durante la pandemia de COVID-19 donde el delirio colectivo logró que millones de personas alrededor del globo terráqueo se stockearan con papel higiénico al punto de desabastecer los supermercados.
Reconocer y aprender de estos eventos históricos nos permite abordar los desafíos contemporáneos con una perspectiva más matizada y una mayor capacidad para manejar la intensidad emocional y la devoción en todas sus formas.
